21/01/14

Una passeggiata attraverso i luoghi de "L'ombra del vento"





El best-seller de Carlos Ruiz Zafón está ambientado en la Barcelona de la primera mitad del siglo XX
Un paseo por los escenarios de «La sombra del viento»
De la Rambla de Santa Mónica, al final de las famosas Ramblas barcelonesas, parte la ruta de "La Sombra del Viento". El recorrido brinda la posibilidad a los apasionados del best-seller de Carlos Ruiz Zafón de visitar los lugares más significativos del libro, ambientado en la ciudad condal. Pueden participar una veintena de personas por ruta, que sale dos veces al mes y tiene una gran demanda. Es ofrecida por Icono Serveis Culturals y ha recibido muy buena respuesta tanto entre españoles como entre el público extranjero, especialmente norteamericanos y alemanes.
Siguiendo los pasos de Daniel Sempere, protagonista de la novela, un nuevo grupo empieza la ruta. Sus participantes son la mayoría españoles, varios alemanes y una mujer americana. La calle Arc del Teatre es el punto de inicio.
Un paseo por los escenarios de «La sombra del viento» 
La calle Arc del Teatre
Aquí es donde el autor sitúa el Cementerio de los Libros Olvidados. En palabras del protagonista:
“Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 […] la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido"
“… pocas cosas marcan tanto a un lector como el primer libro que realmente se abre camino hasta su corazón. Aquellas primeras imágenes, el eco de esas palabras que creemos haber dejado atrás, nos acompañan toda la vida y esculpen un palacio en nuestra memoria al que […] vamos a regresar. Para mí, esas páginas embrujadas siempre serán las que encontré entre los pasillos del Cementerio de los Libros Olvidados”
El guía de la ruta advierte entre risas a los visitantes: "Les aviso de que tal lugar no existe, lo siento". El cuadro "Relatividad", del dibujante suizo Escher se les muestra a los participantes para que se hagan una idea de cómo sería el laberíntico lugar si existiese.
La siguiente parada, la Plaza Real, fue antaño uno de los lugares más lujosos de la ciudad, ahora colmada de terrazas y restaurantes. En la planta noble de un edificio entre la plaza y la calle Ferran residía Gustavo Barceló con su sobrina invidente, Clara. Barceló intenta, sin éxito, comprarle a Daniel la original “Sombra del Viento”, libro que eligió del Cementerio de los Libros Olvidados. También fue aquí donde Daniel conoció a Fermín, mendigo que se convertirá en su amigo íntimo.
Un paseo por los escenarios de «La sombra del viento» 
Decoración de la plaça Reial
Muestra del lujo de la plaza aún puede observarse en la fuente de las Tres Gracias y en las lámparas modernistas diseñadas por Antoni Gaudí. Demasiadas sorpresas oculta la ciudad, incluso para los participantes barceloneses, que se muestran más que asombrados.
“A las siete en punto […] me planté en la vivienda de don Gustavo Barceló[...] El librero y su sobrina compartían un piso palaciego en la Plaza Real”
A través de una callejuela que da a la calle Ferran, el grupo se adentra en el Call, antiguo barrio judío de Barcelona. Dan con la Sombrerería Obach, llamada Fortuny en el libro, porque la regentaba Antoni Fortuny, otro personaje clave de la novela.

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La sombrerería
“La sombrerería Fortuny […] edificio ennegrecido de hollín y de aspecto miserable en la ronda de San Antonio junto a la plaza de Goya 15”
Al cruzar la plaza Sant Jaume, que acoge el Palacio de la Generalitat de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona, se encuentra la calle Baixada de la Llibreteria. En el número 2 se halla la tienda de objetos de escritorio en que se basó Ruiz Zafón para situar la magnífica estilográfica de la que Daniel se queda prendido de niño, la Montblanc Meinsterstück de Victor Hugo.

Un paseo por los escenarios de «La sombra del viento» 
Papelería
“Estaba convencido de que con semejante maravilla podía escribir cualquier cosa, desde novelas hasta enciclopedias…”
La siguiente breve parada es la famosa iglesia de Santa María del Mar, donde rezaba la criada de Barceló, "la Bernarda". Entre los callejones del Born los participantes intercambian opiniones sobre el libro y la ruta. Lucy, participante de Estados Unidos, comenta a ABC: "es la primera vez que vengo a Barcelona; de hecho, llevo solamente tres horas aquí, pero me gustó tanto el libro que, a pesar de que la edición que tengo trae mapas para situarse, necesitaba ubicarme físicamente en la ciudad".
El restaurante neogótico "Els Quatre Gats" es otro escenario destacado de la novela. El fundador lo inauguró en 1897 con el mismo objetivo bohemio que "Le Chat Noir" de París. Fue punto de encuentro de bohemios, artistas e intelectuales modernistas.

Un paseo por los escenarios de «La sombra del viento» 
Els 4 Gats
Asiduos del café eran Picasso o Rusiñol, que colgaron aquí sus cuadros sin saber el valor que tendrían. Fue aquí donde, en la novela, se reunieron por primera vez el protagonista y Barceló.
“Els Quatre Gats quedaba a tiro de piedra de casa y era uno de mis rincones predilectos de toda Barcelona. Allí se habían conocido mis padres en el año 32, y yo atribuía en parte mi billete de ida por la vida al encanto de aquél viejo café […] el espejismo de Pablo Picasso, Isaac Albéniz, Federico García Lorca o Salvador Dalí”
El recorrido llega al Ateneu Barcelonés, situado en la calle Canuda y lugar donde Daniel conoce a Clara, sobrina de Barceló.
“El Ateneo era- y aún es- uno de los muchos rincones de Barcelona donde el siglo XIX todavía no ha recibido noticias de su jubilación. La escalinata de piedra ascendía desde un patio palaciego hasta una retícula fantasmal de galerías y salones de lectura…”
A dos pasos del lugar se encuentra una vía sepulcral del siglo II-III de la Barcelona romana. El guía de la ruta aprovecha el escenario para dar por concluida la ruta y parafrasea unas palabras de Julián Carax, personaje clave de la novela: "Existimos mientras alguien nos recuerda".





12/01/14

Alicia (Alicia, al alba)

La casa dove la vidi per l'ultima volta ormai non esiste più. Al suo posto si erge ora uno di quei palazzi che si stagliano verso il cielo creando lunghe ombre sul terreno. Ancora, nonostante i molti anni trascorsi, quando passo in questo luogo,  il ricordo di quei giorni maledetti, nel Natale del 1938,  ritorna vivido. Ricordo ancora  il tram che faticava a risalire la ripida Calle Muntaner.
Quell'anno avevo appena tredici anni e riuscivo a guadagnare qualche centesimo alla settimana facendo il ragazzino delle commissioni al monte dei pegni che si trovava nella Calle Elisabets.
Il proprietario si chiamava Don Odon Liofriu, centoquindici chilogrammi di meschinità e diffidenza. Dirigeva il suo bazar di chincaglierie lamentandosi anche dell'aria che respirava "quell'orfano di merda" ,uno dei tanti sputati dalla guerra, che mai ha chiamato col suo vero nome.
<<Ragazzo, perdio, spegni quella lampadina! Non siamo in un periodo dove ci possiamo permettere degli sprechi. Lo straccio lo puoi passare alla luce della candela, che ti stimola pure la retina.>>
I nostri giorni passavano tra un turbinio di notizie sul fronte nazionale che avanzava verso Barcellona. Arrivavano delle voci di sparatorie e assassini nella calle del Raval e di sirene che avvisavano dei bombardamenti aerei imminenti.
Fu uno di quei giorni del dicembre del 1938, con le strade strade punteggiate dalla neve e dalla cenere, che la vidi per la prima volta.
Vestiva di bianco e la sua figura parve materializzarsi dalla nebbia che spazzava le strade. Entrò nel negozio e si fermò in un rettangolo lievemente illuminato dalla vetrina. Teneva tra le mani un panno di velluto nero che, senza dire una parola, poggiò successivamente sul banco e quindi la aprì.
Una ghirlanda di perle e zaffiri brillò nella penombra del locale.
Don Odon si sistemò la lente d'ingrandimento nell'occhio destro ed esaminò il gioiello. Io seguivo tutta la scena da uno spiraglio della porta del retrobottega.
<<Il pezzo non è male ma questo non è un periodo buono per gli sprechi, signorina. Le posso dare 50 pesetas e sento che ci sto perdendo del denaro, ma non voglio che si pensi che abbia il cuore di pietra proprio la vigilia di Natale.>>
La ragazza ripiegò il panno che conteneva il gioiello e uscì dal negozio senza dire una parola.
<<Ragazzo! >> Urlò Don Odon <<Seguila! >>
<<Quella collana costa almeno un migliaio di pesetas>> Dissi.
<<Duemila >> Mi corresse Don Odon <<Non dobbiamo farcela sfuggire. Ragazzo, devi seguirla fino a casa sua e stare attento che qualche male intenzionato non le dia un colpo in testa per portarle via il gioiello. Vedrai che alla fine tornerà, come fanno tutti.>>
Quando uscii dal negozio , le impronte lasciate dalla ragazza sulla coltre bianca, già stavano svanendo. La seguii attraverso un labirinto di strade strette e palazzi sventrati dalle bombe e dalla miseria, fino alla plaza del Peso del la Paja dove ebbi appena il tempo di vederla salire su un tram che partiva verso calle Muntaner. Mi misi a correre e riuscii a salire sul tram saltando sulla staffa posteriore.

Il tram saliva a stento liberando le nere rotaie dal manto bianco lasciato dall'ultima bufera di neve, intanto il tramonto tingeva il cielo di sangue.
Quando raggiungemmo l'incrocio con la Traversera de Garcia incominciarono a dolermi le ossa a causa del gran freddo. Stavo per abbandonare la mia missione e iniziavo a pensare quale bugia avrei potuto raccontare a Don Odon, quando la vidi scendere dal tram e dirigersi verso il cancello di una grande villa.
Saltai giù dal tram e corsi per nascondermi dietro un angolo. La ragazza entrò nel giardino che circondava la grande casa. Mi avvicinai al cancello e guardando tra le sbarre la vidi risalire un sentiero che passava tra gli alberi che circondavano la villa. Si fermò ai piedi di una scalinata, si voltò mi vide e senza esitare tornò indietro.
Avrei voluto fuggire ma il vento gelato mi bloccava le gambe.
La ragazza mi guardò con un sorriso lieve porgendomi una mano. Compresi che mi aveva scambiato per un mendicante.
<<Vieni.>> mi disse.
Stava già calando la notte quando la seguii attraverso le stanze, avvolte dall'oscurità, della grande casa.
Un debole bagliore contornava i bordi degli oggetti dandomi la possibilità di notare dei libri caduti a terra, tende logore, vecchi mobili, quadri con le tele squarciate e delle macchie sui muri che parevano dei fori di proiettile.
Raggiungemmo un grande salone che ospitava una raccolta di vecchie fotografie che creavano un'atmosfera di solitudine e assenza.
La ragazza si inginocchiò davanti ad un camino e attizzò il fuoco con dei fogli di giornale e pezzi di legno ricavati da una sedia.
Mi avvicinai alle fiamme e accettai la tazza di vino tiepido che mi porse. Si mise al mio fianco con lo sguardo perso nel fuoco del camino. Mi disse che si chiamava Alicia.
Aveva la pelle di una diciassettenne ma lo sguardo serio e senza fondo sembrava quello di una persona adulta e quando le chiesi se le fotografie erano della sua famiglia lei non  rispose.

Mi chiesi da quanto tempo abitasse da sola in quella grande casa, vestita di un abito bianco dalle cuciture che iniziavano a cedere, vendendo i gioielli di famiglia per sopravvivere.
Aveva lasciato il panno di velluto nero poggiato sopra il camino e ogni volta che lei si inchinava per attizzare il fuoco, immaginavo quella collana pendere dal suo collo.
Passarono le ore e ascoltammo in silenzio vicino al fuoco lo scoccare mezzanotte. In quel momento pensai che sarebbe stato bello avere una madre da abbracciare la Notte di Natale.
Quando le fiamme incominciarono ad indebolirsi, presi un libro per lanciarlo dentro il camino ma lei mi bloccò. Prese il libro, lo aprì e cominciò a leggere a voce alta fino a quando non fummo colti entrambi dal sonno.

Lasciai la casa poco prima dell'alba. Mi liberai dal suo abbraccio, presi il panno di velluto nero e cominciai a correre tra le stanze buie e poi fino al cancello con la collana tra le mani e il cuore che mi batteva furiosamente.
Ho passato le prime ore del giorno di Natale con in tasca duemila pesetas di perle e zaffiri, maledicendo le strade allagate dalla neve e dal furore della guerra, maledicendo chi mi aveva abbandonato tra le fiamme, fino a quando un sole smorto riuscì ad infilare una lancia di luce tra le nuvole e decisi di tornare indietro, verso la villa portandomi dietro quella collana che mi soffocava e già pesava come una lastra di marmo.
Desideravo solamente di trovarla ancora addormentata, addormentata per sempre, per lasciare la collana sulla mensola del camino e poter fuggire senza dover ricordare il suo sguardo, la sua voce calda e il solo tocco puro che avesse mai conosciuto.

La porta era aperta e una luce perlata gocciolava dalle crepe del soffitto.
La trovai distesa sul pavimento con ancora il libro tra le mani, le labbra ricoperte di brina e gli occhi sbarrati sul viso bianco come il ghiaccio, una lacrima rossa ferma sulla guancia mentre il vento soffiava senza ostacoli attraverso un finestrone aperto facendo entrare pulviscoli di neve che lentamente la ricoprivano.
Posai la collana sul suo petto e fuggii per le strade, a confondermi con le mura della città e a nascondermi nei suoi silenzi e sfuggendo al mio riflesso per la paura di incontrare un estraneo.

Poco dopo le campane di Natale si zittirono e lasciarono il posto alle sirene e ad uno sciame di angeli neri che si distesero sul cielo scarlatto di Barcellona rilasciando colonne di bombe che mai avrebbero toccato il suolo.